domingo, 16 de mayo de 2010

PAPREFU


Ahora creo que aún se quedaron cortos cuando me recomendaron, con tanta insistencia, aquel nuevo peluquero.
Un tipo realmente extravagante, por buscar un adjetivo que se acercara algo a él. Ya no era sólo su forma de vestir, hablar o moverse por el salón de belleza. Ni tampoco era su desmesurada forma de cortar, teñir o simplemente tocar el pelo. Lo que me dejó sin palabras fue al final del todo, y no me refiero tampoco a la barbaridad que le pagué, sino a la toalla con la que me obsequió. Sí, sin duda aquello que me ofrecía entre sus huesudas manos llenas de dedos larguísimos, como el que da un tesoro a punto de romperse, era eso: una toalla.

Yo la cogí entre las mías, no fuera a eso: a romperse; menuda tontería tratándose de una toalla. Pero algo se rompió dentro de mí, cuando él sin soltarla me dijo en voz muy baja:
- “Cuando te laves el pelo en casa, te sientas con la melena entre tus piernas y la frotas con energía con esta toalla hasta que la notes seca, y al final levantas la cabeza”.
Entonces, dejando al fin la toalla en mis manos, añadió muy sabiondo él:
- “Ya me contarás”.

En ese momento me pareció un absurdo más a añadir, a la lista de la tarde en esa peluquería tan atípica, pero no desprecié el regalo; que bien pagado estaba.

Pasaron un par de días hasta que me lavé de nuevo el pelo en casa, y casi me olvido de la enigmática toalla; que por otro lado parecía de lo más normal. Pero bueno, pensé que quizás aquello le daría a mi pelo un acabado distinto, y seguí las recomendaciones:
me senté, eché la melena entre las piernas, y froté y froté hasta que sentí el pelo yo diría que seco.

Me puse de pié, y con un golpe de cabeza hacia atrás vi de repente mi imagen reflejada en el espejo.
Era yo, seguía siendo yo, mi cara y mi cuerpo, pero mi cara era de sorpresa mayúscula, y mi cuerpo temblaba, ¡porque el pelo no era el mío! ¿Cómo describirlo?
Alrededor de mi cabeza flotaba una larga melena ondulada, de color rojizo, donde se enredaban todo tipo de hadas y duendes, con sus casas-champiñón y todo, y también un buen popurrí flores multicolor.

Tardé unos minutos en reaccionar ante algo tan sobrenatural, y otros tantos minutos en poder escuchar que algo decían a coro todos aquellos pequeños seres inquietos, que no dejaban de jugar y columpiarse en las nuevas ondas pelirrojas de mi cabeza.
- “¿Hola?” atiné al fin a articular “Por favor, ¿me puede hablar uno sólo de vosotros?, más que nada por entender ¡qué porras está pasando aquí!”
Callaron todos, y uno de ellos me habló fuerte y claro haciendo bocina con sus manitas en la boca. Era un hada muy parecida a Campanilla del cuento de Peter Pan; con lo poco que me gusta a mí ese cuento. Pero ese es otro cuento.
- “¡No te asustes!” pude oír que gritó “Estamos aquí para concederte cada uno de nosotros un deseo”
- “¿Un deseo?, bueno, mejor dicho ¡será un buen montón de deseos!” exclamé al contar por encima cuantos eran.
- “¡Eso es!, pero son deseos especiales, porque no son deseos de futuro, sino deseos del pasado”
- “¡Curioso! ¡Muy curioso!, y supongo que nada de dinero ni riquezas”
- “¡Exacto!, veo que lo has cogido al vuelo, y también habrás supuesto que si eliges bien esos deseos del pasado podrás cambiar totalmente el presente, y por lógica el futuro”
No pude menos que sonreírme, porque tenía poco que pensar y la respuesta fue rápida y contundente:
- “Pues siento deciros, sucedáneos de Campanilla, que habéis hecho un viaje en balde desde donde vengáis, porque no tengo ningún deseo, de esos de pasado, que os habéis inventado.
Lo pasado, pasado está. Lo vivido, vivido está. Para bien o para mal. Porque de lo bueno se aprende, pero de lo malo se aprende mucho más. Y los arrepentimientos no curan heridas, porque escuecen lo mismo y encima no cierran nunca, o lo hacen en falso; que no se sabe qué es peor. Así que no acepto vuestro juego, queridas mosquitas de alas blancas.
Os lo agradezco, pero a esta mano no voy”.

Y de repente, como por arte de magia, aquella larga melena llena de flora y fauna desapareció volviendo mi melena normalita de toda la vida.
Cerré los ojos, sacudí la cabeza, y mis recuperados cabellos volaron de un lado a otro como pequeños e inocentes látigos.
¡Menuda alucinación! La recomendación de la posturita, con la cabeza entre las piernas frotando el pelo, no debía ser nada bueno para el riego sanguíneo de la cabeza.

Al cabo de unas semanas volví a la singular peluquería, donde me recibió el peluquero con gran efusión. Vino directo hacia mí, cogió de nuevo mis manos entre las suyas, ahora ya sin toalla, y acercándose a mi oído me susurró:
- “Veo que la toalla de los arrepentimientos no ha podido contigo, eso significa que te aceptas tal y como eres, como la vida te ha forjado; y aceptarse es siempre la mejor opción”.

Hasta ese instante no comprendí el nombre de la peluquería:
PAPREFU : “Pasado Presente Futuro”.