Después de tu agitada hermana Primavera, ya te tenemos aquí. No es que tú seas puro relax -todo depende de cómo se lo plantee cada cual- pero al menos no vas ligado a fiestas religiosas y laicas varias, e inevitables y molestas enfermedades alérgicas.
Tú Verano, tienes tu propio sello de identidad, del que todos sin excepción somos fervientes adeptos, que se llama: Vacaciones.
Este año te has portado bien conmigo, y me vas a llevar más lejos que de costumbre, con más tiempo ausente del normal.
Quiero tomarlo como un premio, por haber sido una “niña buena”; la ironía que no falte. Aunque me alejas de aquí con una dura prueba que superar, porque donde voy no podré asomarme a esta ventana. Una de cal y otra de arena, para compensar.
Gracias a ti cambiaré de paisaje, respiraré otros aires y modificaré hábitos rutinarios, como son los paseos virtuales a diario. Por eso ha sido el momento de mirar atrás para hacer balance de los últimos meses, con resultado positivo. He perdido cosas irreemplazables, pero he ganado otras nuevas y he recuperado alguna que creía perdida; así que sin rechistar la balanza se inclina hacia lo bueno.
Y para terminar, Verano, me voy a permitir una última petición:
cuida mucho a toda la gente que quiero (y a los que no me quieren también), a mis nuevos amigos (y a los que dejaron de serlo también), a los que han vuelto a serlo después de un tiempo (y a los que se niegan a volver a serlo también). Cógelos de la mano y dales unas buenas vacaciones a todos, también.
Y sobre todo, no permitas que me olviden en estos dos meses, más que nada porque yo no lo haré; sería imposible.
Me despido con un sincero deseo: que cuando toques al fin, para dejar paso a tu sensato hermano Otoño, todos –sin excepción- con una amplia sonrisa, adornemos tu nombre con la maravillosa palabra “feliz”.
Feliz Verano 2008, desde ya.