jueves, 30 de abril de 2009

Todo un personaje: Pepe el escocés.


Estaremos de acuerdo en que todas las Ferias, Fiestas y demás jolgorios, están pensados, creados y disfrutados por y para los del lugar.
Y es por ello nada criticable, que la Feria de Abril de Sevilla, por muy universal que sea, no se escape de ese “ombliguismo”.
En cambio aquí se demuestra aquello de: “más vale caer en gracia, que ser agraciado o gracioso”, porque eso mismo le pasó a
Pepe el escocés
.


Cuando estamos en puertas de volver a cambiar la ubicación del recinto ferial, a otro más grande y lejano, Pepe el escocés se queda en los anales de la Feria, allá en el Prado de San Sebastián.

Hay que ponerse en situación: décadas 40-50-60, ¿quién había viajado al extranjero?, ¿quién sabía hablar inglés?, ¿a quién le gustaba ese güisqui que sabía chinches? Sin embargo Pepe el escocés acudía religiosamente cada año, durante más de treinta, a su cita con la Feria de Abril en Sevilla. Era algo así como el slogan versionado de: “Ya es primavera en el Corte Inglés”.

Se saben pocas cosas de aquél hombre tan alto, perfectamente vestido a la escocesa; ni tan siquiera su verdadero nombre. Debía ser tan complicado de pronunciar y recordar, que se tomó por la vía rápida y práctica de llamarlo Pepe. Remedio muy normal por esta tierra de coñas.

He leído y me han contado de todo sobre este personaje tan peculiar: que no era escocés, sino irlandés; que era un auténtico aristócrata inglés (Lord Ballantines o Sir Juanito el Caminante ¿qué más da?); que era el tío más malage del mundo; hasta que era gay.
Para explicar este tema de la homosexualidad pienso que también hay que ponerse en la lógica de la época: un hombre sin sentido del ridículo, que vestía falda, y que no “le entraba” a las mujeres por muchas copas que llevara encima… no podía ser un hombre muy educado; sino que tenía que ser gay a la fuerza.


Lo cierto y verdad es que enseñaba las rodillas, aunque jamás enseñó la cartera, rifándoselo por todas las casetas para invitarlo, en el fallido intento de tumbar a esa gran esponja a cuadros.
Pero él nunca perdió la compostura, y todo lo más se acostó a dormir alguna “papa” en las literas que la caseta “Er 77” tenía en la parte trasera. Una caseta con toda la guasa, donde el vino se sacaba por cubos del “Pozo del Mollate”.
O será que la nobleza llama a la nobleza, ya que allí siempre estaban el "Marqués de las Cabriolas" y el "Conde de las Natillas".


Así hasta que Pepe se fue un año como vino, sin saber cómo ni cuando, para no volver nunca más, pasando a formar parte de una historia cada vez más lejana.

jueves, 23 de abril de 2009

De cristales y vidrios; que no es lo mismo.



Sin duda hubiera estado bien ser cristal de Murano, con multicolores olas de marejadas imposibles.
Pero entonces, ¿cómo expresar los momentos grises?


Quizás sería mejor una pieza de Bohemia, con cientos de caritas talladas donde dar "chorlitos" cantarines.
No, demasiadas aristas afiladas repletas de rincones y rencores, que no van comigo.


¿Y un pequeñito cristal rojo dentro de un caleidoscopio?
Me temo que tampoco es buena idea eso de estar ahí encerrado con otros muchos, al capricho de una mano que nos mueva, mientras un ojo cotilla observa.


Por pedir que no quede, y una buena elección podría ser una simple copa llena de agua en su exacta medida, en formación con otras de distintas medidas; mientras el dedo de un artista interpreta una melodía al rozar nuestras bocas abiertas.
El caso es “dar la nota”.


Soñar no cuesta nada, cuando en realidad no dejamos de ser sólo vasos, y no de cristal, sino de trivial vidrio.
La marca es lo de menos, porque aunque todas suenan a irrompibles, al final se acaba completamente rallado y opaco por el restregar indiscriminado de agresiones externas.
Y eso contando que no te de “un aire”, solo en la cocina, acompañado de un gran estruendo mientras estallas en mil trocitos. ¡Dichosos trocitos! Piensas que te has librado ya de todos ellos, cuando al cabo del tiempo siempre aparece alguno.
Sin saberlo no caer en el olvido y dejar huella; aunque sea de un corte por despiste.

De todas formas, y pensándolo mejor, no está tan mal esto de ser humilde vidrio, por una única razón:
La capacidad para reciclarse de forma ilimitada.
Que no es poco.

Reciclada y con ilusión renovada, vuelvo por aquí en esta nueva etapa.
Agradezco a las personas que me han demostrado su aprecio, al interesarse por mi ya famosa “débil salud de hierro”.
Y a los demás, siento decirles que aún queda Ratona para rato.


También quiero dedicar esta primera entrada a:
por incentivar mi imaginación gracias a sus originales iniciativas, y provocar así mis ganas de volver.