jueves, 27 de marzo de 2008

lunes, 24 de marzo de 2008

Para la geometría de tu cuerpo.

Sólo mis manos como palos,
dos leños ardientes
conocen la alegría de tus carnes.
Para el abrazo me rodeas
con eficacia de amante,
instinto de mujer.
Sonríen estremecidos nuestros vientres,
y el mundo es una gran cama blanca.

Mis manos son entonces,

dos llamas triunfantes
y tu boca abierta el deseo primigenio.
Gastemos, despedacemos el instante
para comenzar de nuevo.
Eres, mujer, mi copa de cristal única,
continente de mis risas y mis llantos,
de lo que mis ojos tienen de humano.

Y tú, ¿aún deseas un caramelo?
Intactos, los pasteles caducan.

J.A. G.A
EL BLOG DEL MARQUÉS

jueves, 20 de marzo de 2008

La luna de Parasceve.

Se cree que Jesucristo sufrió y murió durante la preparación de la Pascua judía, el día decimoquinto de Nisán, con la primera luna llena de primavera o “Parasceve”, que simplemente significa “viernes”.

Todo eso, tal día como hoy.


sábado, 15 de marzo de 2008

El Rey de la música romántica.

Roberto Carlos Braga, conocido en el mundo de la canción como Roberto Carlos, también llamado el Elvis Presly de Brasil. Alcanzó sus mayores éxitos en la década de los 70, y sería comprometido nombrar aquí toda su discografía ya que supera las 250 canciones, con casi 100 millones de discos vendidos; en América latina más que los mismísimos Beatles.

En una vida tan larga y prolífica se podrían contar innumerables sucesos, desde superar la pérdida de una de sus piernas cuando era pequeño, hasta tener que batallar durante décadas con problemas de derechos de autor. Pero afortunadamente hay mucho bueno que contar, y con todo merecimiento.

Sus canciones han tratado todos los temas: amor, desamor, ecología, amigos, guerras… Aquí recojo tres de mis favoritas, las mismas que hacía sonar en mis cintas de cassete siendo una adolescente.














martes, 11 de marzo de 2008

Todo un personaje: El Cine Olimpia.

Esta vez tendría que modificar la etiqueta para poner “Toda una institución”, pero aquel cine estaba también repleto de “personajes”, así que me vale.

Tuve la enorme suerte de nacer y criarme justo en frente de un cine allá por los años sesenta; el Cine Olimpia. Era un cine de los de antes, con una única sala sin columnas y cuatro enormes puertas que se extendían a lo largo de la acera, cogiendo gran parte de la calle. Majestuosas escaleras accedían a la sala de espera, con una gran barra de ambigú donde tomar las primeras Pepsis y Mirindas. Por supuesto no se permitía meter los refrescos o chucherías en la sala, si te pillaba el uniformado acomodador con su linternita, te ponía de patitas en la calle. Los asientos eran en un principio de madera, pero luego los pusieron de un elegante terciopelo rojo, traídos de un antiguo teatro del centro de la ciudad.

El acto de ir al cine era la principal diversión de los domingos, de tal modo que la calle se convertía, desde las primeras horas de la tarde, en toda una feria de gentes. Los primeros en llegar eran los kioscos ambulantes; de todo tipo: desde el que vendía coco y chufas remojadas con chorritos de agua… hasta el del precioso koli blanco con bolitas de colores, en cucuruchos de barquillo metidos todos en una madera agujereada… eso pasando por aquella señora de gran volumen, que vendía higos chumbos pelados a golpe del pregón “¡Qué gordo tengo el higo!”.

La primera marea humana en aparecer por ambas esquinas de la calle era la infantil. Dejaban las puertas del cine abiertas durante ese pase, lo que permitía oír desde fuera los plausos y vítores del momento en que llegaba el Séptimo de Caballería, para salvar a los acorralados colonos rodeados de indios. Mas tarde sería el pase para mayores de 21 años, con la consiguiente enseñada de carné al portero si había alguna duda.

Hay cosas que se quedan grabadas en la memoria, y muchas veces no sabes el por qué esas y no otras. Como el olor del ambientador que el acomodador espurreaba a cada rato, el sabor del paloduz, o la frase de mi madre cuando terminaba la película y estábamos bajando aquellas majestuosas escaleras hacia la calle: “Niña, no abras la boca ahora, que te puedes resfriar”. Y eso que vivíamos justo en frente.

domingo, 9 de marzo de 2008

El número cuatro.

La maestra de escuela empezaba a perder la paciencia con aquella niña. Le señalaba el número cuatro escrito en la pizarra, al tiempo que le preguntaba por enésima vez: “Niña, ¿qué número es este?”.

La niña, con cara de pocker a sus años, callaba.

“La Señorita”, como se llamaban entonces esas mártires, escribió otro número cuatro en la esquina superior izquierda de la pizarra, y lanzó la amenaza: “Mañana te lo pregunto otra vez, y si insistes en no contestar, te quedarás sin recreo hasta que me digas qué número es este”.

Al día siguiente “La Señorita” metió aquel número cuatro en un círculo, otro día le dibujó encima rayitas diagonales hacia la izquierda, otro día rayitas diagonales hacia la derecha, otro día tuvo que remarcar el pobre número que ya se veía poco, otro día le pintó un bonito marco cuadrado a su desesperada obra…

Pasaron los días, y la niña seguía callada a su pregunta.

“La Seño” llegó a claudicar y levantó el castigo sin recreos. La niña se alegró, no tanto por los recreos que se estaba perdiendo, como por no tener que decir lo que en realidad veía desde el primer día: una silla al revés.


viernes, 7 de marzo de 2008

Flechas sin diana.

Diana.

Incontables pueden ser los novios y amantes que ha tenido Diana, maridos un par de ellos, hijos cero; si no contamos los que se ha quitado.
Siempre ha tenido verdadera facilidad para El Juego de la Seducción, aunque haya perdido todas las partidas.
Ahora ha vuelto a casa, a su habitación de adolescente y está tumbada en su pequeña cama vacía. Su frágil cuerpo de apenas cuarenta kilos sufre dolores, aunque sólo se oyen gritar sus ojos hundidos.
La cuida su madre que tuvo un sólo novio, un marido y que se sepa, ningún amante. Ella parece que no esté sola, se cruza por la casa con el único hombre en su vida, que no de su vida; apenas hablan y no se miran.

La madre de Diana.

Me duele ver a mi hija ahí tumbada, parece un pajarillo herido en su cama-nido. Apenas puedo mover su débil cuerpo para alimentarla o lavarla, a pesar de su escaso peso, porque todos sus huesos se clavan en mi aliento.
Ella siempre tan acompañada y ahora tan sola. Todo el mundo tira la piel y los huesos después de comerse la fruta. Eso es lo que queda de ella: piel y huesos. Sin embargo, yo la veo llena, valiente e incansable. Lo ha estado buscando y no lo ha encontrado. Al menos lo ha intentado hasta ser cadáver que aún respira.
El mío, el único en mi vida, anda por la casa, apenas reconozco ya su voz y he olvidado su mirada.


martes, 4 de marzo de 2008

Si fuera Capitán, tomaría la ruta de tu piel.


Por tierra.

A paso de ventanilla que me van a cerrar, o corriendo más como el que persigue algo, que como el que es perseguido; aunque aquí nadie huye de nadie. Mejor paso a paso en un tranquilo paseo, sin prisas ni carreras. Curva a curva, sin pereza por subir, bajar, y si es preciso dar un rodeo para hacer noche en alguna cueva, más o menos húmeda.
Por mar.
Da igual el estilo, siempre me ha gustado nadar. Si quieres a braza mirando a ambos lados del camino, a espalda sin perder de vista el cielo, o revoloteando cual mariposa a golpe de contorsiones de sirena. Aunque tal vez prefieras que me sumerja en las profundidades de tus aguas, con el único oxigeno del boca a boca que tú me des.
Por aire.
Volando no estaría nada mal tampoco ¿quién no ha soñado alguna vez con volar? Divisarte desde las alturas como un águila en celo, para lanzarme en picado y aterrizar sobre la suave pista de tu espalda. Dulce sueño de Capitán, terminar abrazada a esa espalda, con la conocida nana de tus latidos hasta quedarme dormida.