miércoles, 31 de octubre de 2007

Halloween

Los orígenes de la noche de Halloween son históricos e indiscutibles, remontándose a hace más de 2.500 años. El término “Halloween” deriva de la expresión inglesa “All Hallow’s Eve” (Víspera del Día de los Santos) y marcaba el fin del verano para los celtas - día 31 de octubre de nuestro calendario-, así como uno de los cuatro grandes aquelarres del calendario céltico, el Samhain, celebrando la llegada del invierno. En esa noche “bisagra” se tenía la creencia que los espíritus podían salir de sus tumbas y apoderarse de los vivos, pudiendo así resucitar. Para evitarlo, los poblados celtas “camuflaban” las casas con huesos, calaveras con velas dentro (las actuales calabazas) y demás parafernalia para que los muertos pasaran de largo.

Entonces resulta que tenemos una fiesta de origen pagano y que su historia es anterior a la era cristiana. Cristianismo que ha luchado durante siglos, con poco éxito, por combatir la celebración de esta noche bajo esos “disfraces”. Hay una cosa muy clara, si esta fiesta pagana ha llegado a nuestros días por todos los rincones del mundo, se lo debe en gran parte a la fuerte presión comercial y de marketing que sufrimos desde el otro lado del océano. Cada año que pasa vemos cómo nos lo van “metiendo con calzador” y yo diría que ya tenemos el zapato bien metido y hasta con agujeros en las suelas. La gente ni se plantea de donde viene esta gran locura (“ni falta que nos hace” dirán ellos), lo único que les interesa es gozar el momento, disfrutar de la fiesta con todos sus componentes y hacerse pasar por otro bajo una máscara, y si ese otro asusta… tanto mejor.

A mí lo que realmente me asusta de todo esto es esas tiernas criaturas de jardín de infancia vestidos de diablos y brujas con sus caritas manchadas de sangre. ¡Si los druidas levantaran la cabeza! Ya podrían esta noche ¿no?, los auténticos druidas celtas están muertos hace siglos. ¡Mira! ¡Un buen disfraz! Disfrazarse de druida, cedo la idea con todo gusto porque yo no pienso disfrazarme, ni esta noche ni nunca.

El tendedero de fotos.

He abierto una nueva cuenta en Flickr, con el nombre de El Ratón Tintero.
Allí "colgaré" series de fotos que quisiera compartir. No serán muy artísticas porque la fotografía no es lo mío (de momento), pero todas tendrán un por qué y el principal es ese: compartir.

http://www.flickr.com/photos/16988213@N08/

Tres mangos.

Los que me conocen suelen decir que lo mío con la pintura es: “según me da”. Esta expresión tiene un sentido un tanto peyorativo, sin embargo yo creo que se ajusta a la realidad del modo más gráfico.

Los pinceles y los tubos de óleo “me dan”, “me golpean” a veces como las olas del mar que van y vienen. De cuando en cuando me dan fuerte, haciéndome sentir roca costera y de cuando en cuando me dan suave, haciéndome sentir arena lamida por agua salada. Cuando también hay veces que se alejan con marea baja, pero siempre vuelven. Le echaremos la culpa a la luna.

Quiero inaugurar esta sección de pintura con un cuadro que pinté hace unos cuatro años. Es un cuadro muy especial para mí, porque simplemente lo pinté al lado de una persona muy especial para mí. Él me enseñó muchos secretos de pintura que jamás olvidaré, no olvidaré eso y la gran amistad que nos unía. Va por ti Loren, con todo mi cariño. http://www.loherrera.com/


martes, 30 de octubre de 2007

Un tuareg en su oasis.

Foto: CosmoplitaSur


Aquel día fue tuareg, caminante eterno de sendas monótonas y paisaje monocolor, que por un instante fue infiel al duro terreno del desierto que lo acoge. Infidelidad alumbrada por un oasis que surge en el camino. Formas blancas que cortan el horizonte más desolador, coronadas de quesos de tetilla apuntando al cielo, todo medio oculto por cientos de palmeras que tan sólo crecen en la imaginación. Una locura de frescor y complacencia. Una sensación de complicidad llena el ambiente. Aunque también haya cuevas que se abren y se cierran casi con la magia de aquel “abracadabra”, dejando colar imágenes de cientos de ladrones y no cuarenta.

El oasis, isla en mitad del desierto, parecía esperar el encuentro para provocar esa diferencia placentera que ahora sólo él puede dar. Alguien que coma del fruto de sus palmeras, alguien que dibuje la sombra de sus ramas en su cuerpo desnudo como brazos fuertes que lo aprietan, manos de dedos largos como sus hojas, alguien que se bañe en sus aguas, beba de su boca y descanse en su seno, alguien que sea capaz de sentir la evocación especial de los cielos en la tierra.

En la noche se oye la voz del oasis, que cuenta la historia de una existencia quieta, historias de quienes tuvieron paso por su a través y que el caminante escucha con la curiosidad de quien procede de tierras diferentes. Mientras, a su vez, en compañía de un cielo limpio, lleno de estrellas, el tuareg cuenta como es su experiencia en el arduo desierto, se desnuda poco a poco, dejando su piel dura al aire, dejando los sentimientos en manos de aquello que lo envuelve, que lo atrapa, que no lo deja escapar. No teme nada, se deja deleitar cubriéndola en el espacio, con el goce de ambos. Encanto de noches de cuentos y deseos ocultos, mientras acaricia la tierra que lo arropa con la pretensión que la arena no se le escape entre los dedos.

La noche avanza, ya no hay aire que mueva las hojas de las imaginarias palmeras, ya no se refleja la luna en el agua, pero el peregrino no quiere dormirse, teme despertar y que todo haya sido una ilusión. Necesita gritar para despertar y saber que no lo ha sido.

No, no ha sido un sueño, pero ya dormido, tan sólo sueña con el deseo de despertar sobre sus huecos, abrazado entre los susurros del agua, con los primeros rayos de sol caliente.