¡Mírala ella!
Tan bien plantada y tan feliz subida en el caballito del tiovivo.
Tan bien plantada y tan feliz subida en el caballito del tiovivo.
- ¿Dónde vas chiquilla?
- ¡A la Feria, a la Feria!
- Eso está claro, con ese traje de flamenca tan bonito que te regaló tu abuela: con lunaritos rojos de ojito de perdiz, ¡toma ya!
Porque aquí los lunares tienen hasta apellidos: de ojito de perdiz, de la peseta, de galleta…
Y del resto no digamos: los rabillos negros de los ojos y el rojo de labios a juego. Pero lo mejor es ese lunar pintado en la mejilla, que ni de terciopelo pegado. Vamos, que sólo te faltaban los caracolillos también pegados en la frente a lo Estrellita Castro; si no tuvieras ese pelo tan liso como ingobernable.
El caballito, mira tú, aún hoy día me sigue fascinando: con su continuo sube y baja, y su amago trotón en círculos suaves.
Ahí nadie te había dicho que seguirías cabalgando de por vida, sólo que tendrías que aprender a coger esa barra en ristre, como lanza de torneo medieval; más que nada para repeler las muchas envestidas con las que te tendrás que enfrentar.
De momento ese caballito listo enseña dientes, que no da miedo, pero sí mucha envidia de alegría ajena; y eso de siempre jode mucho.
Bueno chiquilla, que aunque la Feria no la cierran, y además a ti te coge aún muy céntrica, no te quiero entretener en tu inocente diversión.
¿Qué si te doy un beso? ¡Claro que sí! Y dos, que uno es poco para quererse mucho, cosa fundamental si quieres que te quieran; eso no lo olvides nunca chiquilla.
- ¡A la Feria, a la Feria!
- Eso está claro, con ese traje de flamenca tan bonito que te regaló tu abuela: con lunaritos rojos de ojito de perdiz, ¡toma ya!
Porque aquí los lunares tienen hasta apellidos: de ojito de perdiz, de la peseta, de galleta…
Y del resto no digamos: los rabillos negros de los ojos y el rojo de labios a juego. Pero lo mejor es ese lunar pintado en la mejilla, que ni de terciopelo pegado. Vamos, que sólo te faltaban los caracolillos también pegados en la frente a lo Estrellita Castro; si no tuvieras ese pelo tan liso como ingobernable.
El caballito, mira tú, aún hoy día me sigue fascinando: con su continuo sube y baja, y su amago trotón en círculos suaves.
Ahí nadie te había dicho que seguirías cabalgando de por vida, sólo que tendrías que aprender a coger esa barra en ristre, como lanza de torneo medieval; más que nada para repeler las muchas envestidas con las que te tendrás que enfrentar.
De momento ese caballito listo enseña dientes, que no da miedo, pero sí mucha envidia de alegría ajena; y eso de siempre jode mucho.
Bueno chiquilla, que aunque la Feria no la cierran, y además a ti te coge aún muy céntrica, no te quiero entretener en tu inocente diversión.
¿Qué si te doy un beso? ¡Claro que sí! Y dos, que uno es poco para quererse mucho, cosa fundamental si quieres que te quieran; eso no lo olvides nunca chiquilla.
¡Y Buena Feria!
Esa, esta, y todas las demás.
Esa, esta, y todas las demás.