lunes, 19 de abril de 2010

Diálogos en la intimidad del tiovivo de la Feria.

¡Mírala ella!
Tan bien plantada y tan feliz subida en el caballito del tiovivo.



- ¿Dónde vas chiquilla?

- ¡A la Feria, a la Feria!

- Eso está claro, con ese traje de flamenca tan bonito que te regaló tu abuela: con lunaritos rojos de ojito de perdiz, ¡toma ya!
Porque aquí los lunares tienen hasta apellidos: de ojito de perdiz, de la peseta, de galleta…

Y del resto no digamos: los rabillos negros de los ojos y el rojo de labios a juego. Pero lo mejor es ese lunar pintado en la mejilla, que ni de terciopelo pegado. Vamos, que sólo te faltaban los caracolillos también pegados en la frente a lo Estrellita Castro; si no tuvieras ese pelo tan liso como ingobernable.

El caballito, mira tú, aún hoy día me sigue fascinando: con su continuo sube y baja, y su amago trotón en círculos suaves.

Ahí nadie te había dicho que seguirías cabalgando de por vida, sólo que tendrías que aprender a coger esa barra en ristre, como lanza de torneo medieval; más que nada para repeler las muchas envestidas con las que te tendrás que enfrentar.
De momento ese caballito listo enseña dientes, que no da miedo, pero sí mucha envidia de alegría ajena; y eso de siempre jode mucho.

Bueno chiquilla, que aunque la Feria no la cierran, y además a ti te coge aún muy céntrica, no te quiero entretener en tu inocente diversión.

¿Qué si te doy un beso? ¡Claro que sí! Y dos, que uno es poco para quererse mucho, cosa fundamental si quieres que te quieran; eso no lo olvides nunca chiquilla.

¡Y Buena Feria!
Esa, esta, y todas las demás.


jueves, 8 de abril de 2010

La escalera de tijera.


El largo sueño ha llegado a su momento culmen, y ahora me veo aquí subida, sentada a horcajadas en lo más alto de la escalera de tijera.

No sabría decir con exactitud cuando pasé una pierna al otro lado, lo mismo que tampoco sé cuando decidiré pasar la otra para emprender la bajada; aunque sí intuyo que ya va siendo hora.

Desde esta altura puedo ver todos los escalones recorridos. Los primeros más anchos y sólidos, donde tuve buena ayuda y guía, como la mejor de las infancias. Después se fueron estrechando, y no es sólo efecto de la perspectiva, sino la clara dificultad del recorrido.
A veces ha habido intentos de vertiginosos tambaleos, como si algo o alguien les hubieran dado por zarandear la dichosa escalera.
Incluso confieso que yo misma he hecho peligrosas acrobacias circenses; la juventud tiene esas cosas, y más.

Algunos escalones se les ve muy gastados, usados hasta perder la pintura y el brillo de lo mucho que me gustaron, otros están casi nuevos porque creo que me los salté por falta de interés, y otros se rompieron en su día; por pura fragilidad al primer contacto con mi conocida energía sin medida.

De todas formas ya no se puede bajar por el mismo lado, ahora tocan escalones desconocidos; pero sabiendo, que no es poco.

Los escalones cada vez serán más cómodos y a través de ellos en la bajada iremos repasando el lado opuesto, enturbiando en la memoria los más altos y refrescando con regusto los más bajos; hasta volver a ser niños de nuevo.


domingo, 4 de abril de 2010

A moco tendido.


Para los llorones.


Para los rojos.


Para los rojos
y para los verdes.



Para los que rezan.


Para quienes se les reza.


Para los "boludos".


Para los aburridos.


Para los cuidadosos.


Para los descuidados.


Para los parados.


Para los parados
que están a dos velas.



Para todos,
se acabaron las lágrimas hasta el año que viene.


Si Dios quiere.