lunes, 18 de octubre de 2010

Una historia real, como la vida (y la muerte) misma.


La última voluntad del patriarca era clara:
“Que sus cenizas fueran esparcidas en la Bahía de Cádiz desde el puente Carranza”.

En principio no parecía algo muy complicado por la distancia cercana a Sevilla, pero aún así tan sólo uno de los hijos fue el único que se ofreció a cumplir el deseo del difunto. De tal modo que a la mañana siguiente cogió la urna funeraria, y en compañía de su esposa, se encaminaron hacia la ciudad vecina.

Al llegar allí paró el coche en la parte más alta del puente, se bajaron y se dispusieron a realizar el acto de despedida; cuando de repente todo empezó a torcerse.
El tarro que no quería abrirse, y la megafonía del puente que empezó a llamarles la atención:
“Está prohibido parar en el puente, hagan el favor de continuar la marcha”.
Estaba claro que con los nervios del momento, las manos sudorosas, y la presión del que vociferaba por los altavoces, lo mejor era desistir del intento.

Era un intento fallido, sin embargo el voluntarioso hijo no iba a claudicar a la primera.

Ya fuera del puente, estacionaron el coche y trataron de nuevo abrir la tapa metálica que se les resistía. Pero aquello era imposible que cediera, habría hecho vacío con el calor, o se habría pegado con algún residuo, o ¡vaya usted a saber!

Desde luego no podían perder la calma, y pensaron una solución: buscar una ferretería en Cádiz, comprar un buen punzón, y agujerear con él la tapa para poder tirar las cenizas con urna incluida, con idea que se hundiera en el mar al llenarse de agua por los orificios.

El hacer los taladros fue físicamente fácil, pero a la mujer no se ocurrió más que decir:
“Es para verte, apuñalando a tu padre después de muerto”.
Y los dos empezaron a reírse, con esa risa nerviosa que acaba en lágrimas, más cercanas a la tristeza que otra cosa en tales circunstancias.

Ya con aquel “salero” gigante listo para ser lanzado, volvieron al puente, aunque esta vez desde más abajo, donde no estaba prohibido parar el coche. Ambos dijeron unas palabras de despedida antes de tirarlo al mar lo más lejos posible, y se quedaron a ver cómo desaparecía.
Pero aquello no se hundía, cabeceaba y cabeceaba como una extraña boya, y los boquetes del colador artesano que no dejaban de mirar al cielo sin permitir que entrara el agua, mientras se alejaba y se alejaba con el vaivén de las olas bailonas…
“¡Mi padre! ¡Que se me escapa! ¡Ayúdame a hundirlo Mari!”

A pedrada limpia. Ese fue el último adiós antes de dejarlo aparecer flotando por las Américas, cuando su última voluntad era descansar en la Bahía gaditana.
Deseo cumplido, sí señor.


9 comentarios:

Cientounero dijo...

No se puede parar en medio del puente Carranza, al poner tres carriles donde antes eran dos, han quitado todo el arcen.

Son momentos en los que llevados por los nervios tienen lugar situaciones muy propias de películas, como aquellos que tiran las cenizas de cara al viento (no lo estudían antes) y cae la ceniza encima de ellos.

Anónimo dijo...

Yo sé de uno que tuvo la misma última voluntad y terminó en "carnemembrillo" (algo que sus parientes y allegados agradecen)
-Y a mí, si me muero en la montaña, que me entierren en la mar; y si en la mar muriese, que me entierren en la montaña...
- y eso ¿pa qué?
- ¡pa qué vá zé, hijooo?¡Pa dá por culo hasta el último día!!

(vas cogiendo honda?)

Anónimo dijo...

Onda sin "H"

El Ratón Tintero. dijo...

Cientunero: Gracias por la documentación en lo del puente, sólo podías decirlo tú y el del membrillo de abajo (ojo que NO he dicho “el membrillo de abajo”).
La verdad que aún nos queda mucho para estar acostumbrados a situaciones así. Una prueba: cuando buscaba una ilustración en Google encontré muchísimas más y mejores escribiendo cremation urn, por algo será.

El Ratón Tintero. dijo...

El Rey del Membrillo: Sólo he podido ver esa famosa carne por foto, la imagen prometía ser un rico bocado, pero me quedé con las ganas de catarlo y ahora que he perdido peso... mejor paso, gracias :-)
Y ¿tú sabes dónde dejaría yo tus cenizas?... pues en camposanto, ahora que hacen bonitos pebeteros para eso, así no dabas por saquito hasta el final y de paso a ver si redimías algunos de tus pecadillos.

Me he alegrado de verte por aquí, cacho membrillo :-D

Anónimo dijo...

Y el del fragmento de Jorge M. en la entrada anterior soy yo, J. a secas: ni J.M. ni J.C.que valgan.Y mis pecados no son pecadillos sino pecadazos...y me dan igual porque Dios es TODOMISERICORDIOSO (y después decimos que el alemán tiene palabras largas...)

El Ratón Tintero. dijo...

Nada, está claro que los anónimos no son lo mío :-D

(!) hombre perplejo dijo...

Digno relato de los hermanos Coen !)

El Ratón Tintero. dijo...

Perplejo: ya me imagino a William H.Macy bregando con la dichosa urna :-D