martes, 30 de octubre de 2007

Un tuareg en su oasis.

Foto: CosmoplitaSur


Aquel día fue tuareg, caminante eterno de sendas monótonas y paisaje monocolor, que por un instante fue infiel al duro terreno del desierto que lo acoge. Infidelidad alumbrada por un oasis que surge en el camino. Formas blancas que cortan el horizonte más desolador, coronadas de quesos de tetilla apuntando al cielo, todo medio oculto por cientos de palmeras que tan sólo crecen en la imaginación. Una locura de frescor y complacencia. Una sensación de complicidad llena el ambiente. Aunque también haya cuevas que se abren y se cierran casi con la magia de aquel “abracadabra”, dejando colar imágenes de cientos de ladrones y no cuarenta.

El oasis, isla en mitad del desierto, parecía esperar el encuentro para provocar esa diferencia placentera que ahora sólo él puede dar. Alguien que coma del fruto de sus palmeras, alguien que dibuje la sombra de sus ramas en su cuerpo desnudo como brazos fuertes que lo aprietan, manos de dedos largos como sus hojas, alguien que se bañe en sus aguas, beba de su boca y descanse en su seno, alguien que sea capaz de sentir la evocación especial de los cielos en la tierra.

En la noche se oye la voz del oasis, que cuenta la historia de una existencia quieta, historias de quienes tuvieron paso por su a través y que el caminante escucha con la curiosidad de quien procede de tierras diferentes. Mientras, a su vez, en compañía de un cielo limpio, lleno de estrellas, el tuareg cuenta como es su experiencia en el arduo desierto, se desnuda poco a poco, dejando su piel dura al aire, dejando los sentimientos en manos de aquello que lo envuelve, que lo atrapa, que no lo deja escapar. No teme nada, se deja deleitar cubriéndola en el espacio, con el goce de ambos. Encanto de noches de cuentos y deseos ocultos, mientras acaricia la tierra que lo arropa con la pretensión que la arena no se le escape entre los dedos.

La noche avanza, ya no hay aire que mueva las hojas de las imaginarias palmeras, ya no se refleja la luna en el agua, pero el peregrino no quiere dormirse, teme despertar y que todo haya sido una ilusión. Necesita gritar para despertar y saber que no lo ha sido.

No, no ha sido un sueño, pero ya dormido, tan sólo sueña con el deseo de despertar sobre sus huecos, abrazado entre los susurros del agua, con los primeros rayos de sol caliente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay duda, se hace camino al andar.

Y hay caminos que volveré a recorrer cuantas veces me sea posible para como tu, disfrutar con intensa emoción del camino... y de la vida.

Anónimo dijo...

Inventar a cada paso... hasta el siguiente.
Muy bueno.

El Ratón Tintero. dijo...

anónimo: si vuelves a pasar por aquí en algún momento, sería bueno que dejaras tus comentarios con un nombre o nick distintivo. ¡Graciasss!