viernes, 9 de enero de 2009

Maldita insensatez.


Si lo sabía, desde siempre sabía que debía protegerse.

Por eso mismo la rodeaban grandes pantallas parabólicas a cierta distancia, para prevenirla de los ataques que podían venir de fuera.
Así como empleaba los ratos libres en construir un alto muro, que albergaba lo más intimo de su ser. Pero de poco podía servir tan ardua labor, con ese aspecto resquebrajado, hecho a pegotes como los nidos de barro.

Al final terminaba rebosante y desbordada, desparramada y a la vista, como un volcán de espuma blanca en plena erupción.
Sin remedio expuesta a que algún dedo curioso se le antojara tocarla, llevándose impregnado lo mejor de ella; sólo por capricho.

3 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Valiente, esa es la palabra.

Anónimo dijo...

Porque hay mucho "malage" suelto. Pero es cierto: cuesta mucho trabajo alcanzar algo parecido a la perfección y/a la belleza y llega cualquier desgraciado y lo estropicia todo.
... ¡Con lo fácil es que todos disfrutemos de todo!

(!) hombre perplejo dijo...

No se puede ser irresistible y quejarse de serlo.