miércoles, 23 de enero de 2008

Todo un personaje: Antonio.

Antonio no parecía de aquí, alto, robusto, rubio de ojos azules. Había nacido en esa zona de Andalucía estrechamente ligada a Alemania, desde el reinado de Carlos V; quizás de ahí sus rasgos. Chocaba en fuerte contraste con su mujer Isabel, mujer menuda de ojos pequeños y negros, como dos aceitunas sevillanas.

La familia de Antonio eran los panaderos del pueblo, quizás a eso se debían también esos cuerpos tan fornidos, no sólo de él, sino los de sus siete hermanos. En una época en la que todo escaseaba, en esa casa al menos siempre hubo un buen trozo de pan recién salido del horno. No llegó a instruirse, a aprender oficio alguno, ni tan siquiera el de sus padres y abuelos, como era hacer el pan del pueblo. Él tenía cualidades que sabía explotar y así lo hizo. Con esa impresionante “fachada” y esa forma suya de hablar y convencer a los demás, no podía quedarse toda la vida en la boca del horno de un pueblo perdido de Dios.

Así que Antonio se dedicó toda su vida a lo que siempre se ha llamado: “a los tratos”. Comprar aquí, vender allá… comprar gallos de pelea aquí y venderlos en Venezuela…, comprar caballos aquí y venderlos en Barcelona…Una vida larga e interesante que le hizo viajar mucho, tener muchos hijos, y sobre todo no trabajar nunca con sus manos impolutas, siempre con la vestimenta de todo un marqués.

Isabel siempre lo siguió fielmente, como mandaban las sagradas escrituras. Siempre callada, sumisa, disculpándole toda su arrogancia, soportando cambiar demasiadas veces de casa, de ciudad, de país, dejando hijos regados por el camino, aquí y allá. Siempre sin rechistar detrás de él, como una sombra que no correspondía a una figura tan enorme, siendo una mujer tan pequeña.

Pero la aparente fragilidad suele ser la más flexible y fuerte, de tal modo que Isabel sobrevivió a Antonio quince años. A el se lo llevo una larga y dura enfermedad, en cambio a ella se la llevaron los años; apagándose como una vela cerca de los cien años.

Antonio luchó hasta el último hilo de vida, un hombre tan fuerte no podía irse de otra forma. La noche que le tocó morir, se levantó antes de la cama del hospital, y caminando desnudo pasillo delante les gritaba a todos: “¡Esto va a ser un muerto en pié!”. Fueron sus últimas palabras y sus últimos pasos. Los siguientes los hizo con los pies por delante y el traje de palo, hacia el cementerio de su pueblo natal.

Años más tarde, trasladaron ese cementerio a las afueras del pueblo; el progreso. Así que los familiares se dispusieron, con un pequeño osario, a llevar los restos al nuevo emplazamiento. Al abrir el nicho de Antonio, la sorpresa no pudo ser mayor. Antonio se encontraba tal cual lo enterraron el día de su muerte; incorrupto. Después de tanto rodar y rodar por medio mundo, aún le quedaba un último viaje, esta vez en la vaca de un coche envuelto en unas improvisadas mantas.

Así es la vida, hay quien la vive fuera de todo pronóstico, lejos de toda rutina, pero acabamos todos donde mismo. Aunque se puede ser original hasta después de muerto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

!Si señor todo un personaje,mi abuelo!.
Era rudo pero a la vez cariñoso,a mi me infundía mucho respeto,!tan grande!.
Un hombre antiguo,vamos a la antigua usanza.
Cuido de una gran familia cuando estaba soltero,se quedo huérfano de padre y luego de una gran prole,en tiempos de la guerra y de posguerra.
Era lo que se dice un "busca vida".Todas las guerras son muy malas,eso todo el mundo lo sabe,pero! la guerra fraticida es la peor de todas!.
!Que nunca más vuelva a ocurrir eso!.
!Mis saludos,Ratón Tintero!.

Anónimo dijo...

Me ha venido a la memoria el recuerdo de otro Antonio aunque su nombre no fuera tal. Creo que la raza de Antonio se ha caracterizado por ser "made in Spain". Hombres rudos, muy trabajados para sacar adelante a sus familias y muy encerrados en sus corazas, sin querer mostrar lo tiernos que a veces podían llegar a ser. El "macho" era el dominante y no podía dejar abierto ningún resquicio de sentimiento. Sólo decir la palabra "abuelo" imponía respeto.
Lástima que hoy en día esa palabra esté tan desvirtuada. Interesante vida la de este Antonio.