domingo, 18 de noviembre de 2007

El carnicero liberado.

Érase una vez, en una pequeña ciudad, había una carnicería regentada por el matrimonio de Nicolás y Adela.
Nicolás era un hombre pequeño, discreto, incluso callado para tener que atender al público. En cambio, Adela era una mujer voluminosa, resuelta, charlatana y a veces hasta descarada. La vida no les había obsequiado con el tan esperado hijo. Eso hacía que en la cara de Nicolás siempre hubiera un gesto de tristeza. Solía mirar a su mujer de reojo, sin atreverse a más; preguntándose cómo podría soportar aquella mujer estéril, que lo menospreciaba continuamente.

De noche, al cerrar la tienda, preparaban juntos el género para el día siguiente. Allí mismo elaboraban el embutido, que luego vendían con tanto éxito en el barrio.
Ocurrió que una de esas noches, Adela estaba más enfadada que de costumbre con Nicolás, porque él había olvidado comprar la carne para embutir. Ella le gritaba por su torpeza, haciéndole creer que no valía para nada. Estaba como loca, se movía por toda la trastienda vociferando y alzando los brazos con espavientos histéricos. Cuando de repente, resbaló y fue a caer en la gran picadora de carne. Perdió el conocimiento al golpearse en la cabeza y Nicolás no perdió la oportunidad de su vida. Tan sólo tuvo que introducirla un poco más en la hermosa batea de afiladas cuchillas, y ponerla en marcha. Poco a poco la máquina hizo el mejor cometido hecho hasta entonces.
Al final resultó una masa bastante compacta, su mujer tenía buen tocino sin dudas. Y aunque olvidó echarle algún colorante con la excitación del momento, el color no le desagradó. Metió el dedo, se lo llevó a la boca y sorprendentemente, su horrible mujer daba un sabor exquisito; distinto a todo lo conocido. Buscó unas tripas bien grandes y gruesas, la embutió entera, y terminó el proceso de cocer y secar.

Al día siguiente, como si nada, colocó los nuevos embutidos rosados en el escaparate y tranquilamente esperó que llegaran sus clientas. Todas entraban preguntando por su mujer, a lo que él respondía que se había marchado a cuidar a su hermana enferma en la capital; donde pasaría una buena temporada. Se sentía liberado, seguro por primera vez en su vida, y con la frialdad suficiente para dar a probar el nuevo producto.
“¡Que rico!”_ dijeron todas al catarlo_ “¿Cómo se llama?”
Y Nicolás contestó: “Su nombre es: Mortadela”.

“Mire dita”: Para mi niño en Pristina, “Niko in Kosovo”, para refrescarle la memoria.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho, ratona. Tiene tela, cómo se desahoga el prota. Me gusta ese punto un tanto cómico que toma su forma cuando haces ese estupendo juego con el nombre de la malograda Adela. Espero entusiasmada otro de los tuyos para deleite de todos los que te leemos.Besos.

Anónimo dijo...

¡que bonito¡

nico dijo...

que ilu!!!!!!!!


Que bonito... me ha encantado encontrarlo... me has refrescado la memoria y me has sacado una gran sonrisa esta fria mañana...

Mil besos kosovares

Nico in Kosovo

El Ratón Tintero. dijo...

kosovarian Puthje -besos kosovares-
:-D