sábado, 23 de febrero de 2008

Todo un personaje: Correcaminos... Má-Má.

Mamá siempre ha sido una mujer muy activa, no paraba en todo el día y sin embargo nunca ha estado delgada. Desde jovencita, su enérgico y fornido cuerpo metido en carnes, de movimientos tan decididos, hacían de ella una gran mole difícil de seguir. Pero cuando mejor ponía a prueba el vértigo de su trotar era cuando nos llevaba, a mí o a alguna de mis hermanas, de compras por el centro de la ciudad.

En una ocasión, donde yo la acompañaba, mamá se acercó con tantas ganas y precipitación al escaparate de una zapatería, que se dio un gran cabezazo contra el cristal, provocando un enorme estruendo. De repente todo se volvió un caos: ella tambaleándose mareada, los dependientes de la zapatería que salieron alarmados por el sonoro porrazo, e incluso algún que otro zapato allí expuesto se desplazó de su sitio. Hubo que meterla dentro para darle asiento y un poco de agua hasta que se le pasara un poco, a ella el mareo y a los demás el sobresalto.

Pero minutos más tarde, los dependientes no daban crédito a lo que había pasado y a lo que veían ahora. Esa mujer, con “huevo” en la frente incluido, cómo empezó a probarse y probarme zapatos como si tal cosa. La miraban sorprendidos y me miraban sonriendo, a lo que yo me encogía de hombros a modo de: “¡Así es mamá!”.

Lo malo era cuando tropezaba, no con un escaparate, sino con alguien a quien no conocía. Como la tarde que íbamos juntas por el antiguo Galerías Preciados, y mamá se abrazó sin motivo aparente a una chica que estaba allí parada. Yo no entendía nada, no sabía si es que se conocían, si es que se odiaban, o si es que ambas habían visto un ratón o algo parecido. Pero allí estaban las dos, abrazadas dando gritos acompañados de saltitos histéricos. Hasta que no se separaron y tranquilizaron no me enteré de lo que había pasado.

Mamá había creído que aquella chica era una maniquí de plástico, que al pasar con su típica velocidad la había hecho tambalear, y por miedo a tirarla al suelo se había abrazado a ella. El susto por parte de ambas fue mayúsculo: la chica porque una “gorda loca” se había agarrado a ella con todas sus fuerzas – que puedo asegurar eran muchas-, y mamá con el doble susto de dejar caer una muñeca, que resultaba estar blandita y gritaba como una chica real.

Y así era mi madre, sólo le faltaba lanzar al aire de cuando en cuando un “mic mic”, para que alguien osara seguirla y alcanzarla. Reto imposible, porque ya sabemos que ni el mismísimo Coyote pudo jamás alcanzar a Correcaminos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

! ja ja ja !
Así era mi madre,una correcaminos increible,pero de carne y hueso,y sin aperiencia de coyote,claro.
Tenía un entusiasmo inmenso a la hora de vestir a sus hijas,que siempre quiso bien vestidas ,educadas y decentes,sobre todo eso.Una mamá a la antigua usanza, como su padre del que heredó un montón de cosas,esto último sobre todo.
Ahora las cosas son bien distintas para su desgracia,lleva muchos años medio inválida.
Siempre dice:"si tuviera las piernas buenas no me cogerían ni los galgos".Y DAMOS FE DE ELLO.