martes, 5 de febrero de 2008

Todo un personaje: Cosme Damián.

En su última etapa laboral Cosme Damián trabajó, nada más y nada menos, como vendedor de camiones. No “comercial” de los de ahora, sino que era vendedor y de los antiguos; de los buenos. Sin embargo, tanto él como sus compañeros de trabajo, no sólo eran auténticos vendedores, sino que eran también los mejores clientes. De vez en cuando, aparecía por allí a su vez, algún vendedor de cosas inverosímiles, y parece que se animaban unos a otros para comprar cosas raras. Esta parece que es una característica del vendedor genuino: él mismo es capaz de adquirir cualquier cosa.

Las compras de Cosme solían ir por rachas, como cuando se presentó en casa con un par de relojes, uno para su hijo y otro para su señora. El del hijo era un FELCA, marca de los años sesenta que se caracterizaba por lo pesados que eran, aunque eso sí, ¡era automático! Así que liberó al hijo del aburrido dar cuerda nocturno, de todas las noches. El de la señora en cambio, era un reloj de “oro puro”, o al menos eso dijo el buhonero de turno. Lástima que era tan pequeñito, tan pequeñito, que apenas se podía ver la hora.

En otra ocasión la cosa fue de radios sorprendentes. Una de ellas, a la que llamaban “transistor”, fue para el hijo. El novedoso transistor traía una fundita de “cuero”, y venía provisto de una antena, aunque más enredaba que ayudaba a sintonizar, porque se oía siempre igual de mal. Pero la más insólita de todas las compras de Cosme fue sin dudas la otra adquisición radiofónica. Se trataba de una radio en forma de bola del mundo. Uno de los meridianos tenía un cursor que sintonizaba las emisoras. Cerca del ártico estaba radio nacional, y por el trópico de Capricornio se cogía Radio Madrid. Según “viajabas” por el mundo, aparecía un repertorio de ruidos que a veces se concretaban en una emisora. Pero lo más original de tan singular radio era el avión que giraba en el polo norte, a modo de regulador de volumen. Lástima que el avioncito se partió por la mitad enseguida, aunque siguió volando, renqueante, durante muchísimos años. Cosme lo intentó pegar con diferentes pegamentos, ninguno pegaba, y todos iban dejando la muestra de su paso, a modo de "bigote" entre transparente y amarillento.

Aunque lo mejor de todo fue cuando se dejó caer con un coche. Todo un coche japonés, un YASU. El vendedor fullero que se lo encasquetó dijo que era buenísimo, por lo visto en Portugal era como los SEAT aquí. Curioso que en Portugal no se viera ni uno, pero ni uno sólo. El cochecito era bonito y le faltó tiempo para ir a enseñarlo a unos primos. Daba gusto verlo cómo se pavoneaba orgulloso por su magnífica compra. Hasta que lo intentó arrancar para que escucharan el rugir del motor, el mismo que no escucharon porque no hubo manera de ponerlo en marcha; la primera de muchas averías.

Cosme Damián no tenía arreglo, ni él ni los vendedores de verdad, de los de antes y de los de hoy día, si son igual de auténticos. Ellos eran, son y serán siempre así: los mejores y más ingenuos compradores con todo el encanto.

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